viernes, 28 de septiembre de 2012

Capítulo 13º Morir a manos de una deidad

  El altar fue hecho añicos. Una representación del mal podía tener poder sólo a través de la adoración.

  Antes de descansar, Altair analizó dos cosas que le llamaban especialmente la atención. La primera era el diario del mago, en el cual había varias anotaciones que le hicieron pensar que iban sobre la pista correcta. Hablando de su señora, la diosa Lolth, dio a entender que él, una tal Smigmal asesina semiorca experta en disfraces, sin duda la que había intentado asesinar a Maia, y la gente que había en la torre de vigía eran una facción aparte, enfrentados contra las fuerzas del Templo del Mal Elemental, con quienes habían llegado a una tregua hasta que éstos asaltaron y ahuyentaron a sus hombres: "Confundieron nuestro ataque con el de fuerzas del mal de otra facción, ¡qué suerte hemos tenido!", concluyó el mago. Además, hablaba en su diario de los líderes principales del templo inferior, "sus odiados enemigos":

  Barkinar. Clérigo de Zuggtmoy. En lo poco que tuvo tiempo el mago de leer se mencionaba la "corrupción de los elementos", y "convertir la neutralidad en maldad". Al parecer Barkinar le había amenazado con lanzar al hechicero malvado a uno de "los cuatro dominios de su señora".

 Deggum era el segundo nombre mencionado, el ayudante de Barkinar. El infame adorador de Lolth, que en estos fragmentos mencionaba ya su nombre como el de Falrinth, tenía más trato más fluido, e incluso después del asalto se vieron en un par de ocasiones. Parece que además de bendiciones oscuras, Deggum controla la magia arcana "por supuesto, no a mi nivel", pero ambos sentían una pequeña conexión al ser lanzadores arcanos. "Ese bastardo de Deggum dice que tienen que haber sido las fuerzas de Iuz del templo inferior, pero no creo una sola palabra suya".

 Senshock, el Alto Comandante y General de las poderosas fuerzas del Templo. También llamado Lord Hechicero del Templo Supremo, parece que fue puesto a cargo del lugar por la propia Zuggtmoy. Pese a ser mago, "se cree tan superior" que apenas se digna a hablar siquiera con Deggum. "Si las cosas se descontrolan, matando a Senshock se acabaría el problema".

 El Comandante Hedrack: También llamado "La boca de Iuz", es el clérigo supremo de esta facción. Sólo coincidió una vez con Falrinth. "Tengo que reconocer que me intimidaba. Quizás el más peligroso de todos los habitantes del templo inferior. Ver el miedo que le tenían sus dos guardaespaldas ettins daba que pensar".

 Por último, mencionaba a Lareth el bello: "He intentado que Smigmal encuentre su guarida y acabe con él. Lo llaman El Ungido, pero ése en verdad soy yo. Ha traído una bestia, comprada en la ciudad de Falcongrís. Al parecer, su muerte se ha predicho que ocurrirá cuando un arma roma destruya su mejor arma. Hay veces que estos adivinos son torpes al intentar rimar y no conseguirlo".

  Tras cerrar el libro, Altair comenzó a inspeccionar la bola de cristal, confiando en que fuera algún sistema de espionaje que le permitiera tener alguna ventaja sobre las fuerzas del mal. Concentrándose, pudo atisbar algunos de los lugares en los que ya habían estado, tanto del templo como de su tierra natal. Pero recordó los consejos de su maestra de magia, su madre, de cuando le hablaba de estos poderosos objetos mágicos. El uso continuado podría provocar daños en sus capacidades arcanas. Por tanto decidió irse a dormir.

  Se levantó inquieto. Y tras todo el día de trabajo ayudándose de Spugnoir, volvió a conciliar el sueño reparador de sus artes arcanas. Pero la mañana siguiente no tuvo más remedio que compartir todo lo que le había ocurrido con sus compañeros:

 "Esta noche he tenido una pesadilla: soñé que os habíais ido sin mi al Templo. Un hombre barbudo, con armadura pesada y una especie de boina me guió junto a vosotros. Habíais bajado por las escaleras que usaba el prefecto Kelno. Allí había una habitación con cuatro puertas y eramos atacados: una hidra que regeneraba sus cabezas acabó con Geoffrey, a Elmo lo aplastó un monstruo parecido al que mató a su hermano, Maia fue destruida por una criatura de oscuridad, y Spugnoir fue aplastado por un elemental de tierra. En ese momento, Grosuk nos cubría enfrentándose a un gigante y huíamos en dirección sur. Entonces llegábamos a una sala coronada por extrañas estatuas, pero de repente surgían unas criaturas de luz contra las que no funcionaban las habilidades de Dánae, que moría al ser atacada por aquellas. Entonces, unos sacerdotes y Ettins nos acorralaban y nos llevaron al templo inferior. Allí, un anciano que expedía un hedor y destilaba maldad, acababa con nuestras almas. Entonces me desperté.

 Aparte, he recordado algo: el culto de Lolth sigue activo. La demonio araña es adorada por algunos elfos malvados pero también en ciertas comunidades humanas. Pues bien, se dice que susurra secretos oscuros desde abajo, y que manda emisarios entre sus alimañas para servir a sus seguidores. Puede que el gusano que escapó fuera un emisario de la misma Lolth. Lástima que destruyéramos tan pronto el altar portátil. Podríamos haber sacado más información. Después de ello, los dos magos estuvimos analizando los grimorios para ver sus conjuros. Bastante avanzado el día, me puse con la bola de cristal. Tomé entre mis manos el objeto y sentí como el Arte recorría mi cuerpo desde mis dedos conectándome con la bola de cristal. Abrí mis ojos sin ver lo que había a mi alrededor y sentí como una zambullida en la magia que manaba desde la esfera. ¿Qué quiero ver? A mi cabeza llegó un recuerdo de lo que nos dijo el prefecto Kelno y pensé en Lareth el Bello. Las imágenes se fueron sucediendo a gran velocidad y, poco a poco, fueron ralentizándose y definiéndose.

 De pronto lo vi: Lareth estaba un altar, rezando impías plegarias. Dos nobles elfos, con los reductos de su armadura, eran escoltados por dos gigantes por un pasillo pequeño hasta un símbolo extraño, un rombo de borde plateado y de interior rojo y naranja, con unos triángulos de color naranja surgiendo de la mitad de cada lado del rombo generando así una extraña estrella. Al llevarlos a ese lugar, los elfos se desvanecieron gritando de dolor, mientras el fuego manaba de dentro a fuera de su carne, y en su lugar un elemental de fuego surge de su interior. La criatura se retorcía pero Lareth le señaló con un extraño amuleto, forzando a la criatura a moverse hacia la habitación central, donde estaba el altar. Tomó luego por un pasillo simétrico al anterior, de modo que forzó a la criatura a entrar en otro símbolo igual,desapareciendo allí en mitad del aire.

 - Otro elemental para el ejército de nuestros amos- dijo a sus asistentes.

 Cuando volvió a la habitación central, se encontró con dos sacerdotes, arrodillándose delante de ellos.

 - Amos. Ya he terminado el ritual. Con suerte, podremos descifrar el enigma del trono, y capturar a la virgen del bien que allí habita. Con eso, conseguiremos liberar a Iuz, quien dirigirá en persona a nuestro ejército. Podremos tenerlo todo listo antes de que llegue la cruzada de Trithereon.

 - Lareth - respondió uno de ellos. - ¿Por qué dices en voz alta nuestros planes? Allí terminó mi visión para evitar ser detectado."


  El silencio se hizo en la tienda de campaña. Sus compañeros se miraban los unos a los otros, y Thalion cerró con fuerza los puños, hasta casi hacerse sangre con las uñas.

  -¡Lolth no existe!- estalló el elfo. -La expulsamos. Acabamos con los elfos oscuros hace tiempo, no es más que un cuento que se le dice a los infantes para que se porten bien. Ella acabó con los drow, nuestros hermanos corruptos.

  -Thalion, escúchame- intentó calmarle el mago-. La diosa de las arañas, como te dije hace dos días, sigue recibiendo culto por parte de humanos y elfos corruptos. Pero ya hemos acabado con ellos.

  -No hemos acabado con ellos, los hemos hecho huir.

  -Ahora lo que importa es la virgen que menciona Altair -zanjó Geoffrey.

  Se hizo el silencio. Todos se miraron los unos a los otros, y Dánae miró hacia otro lado intentando ocultar una sonrisa que sabía que nada agradaría a sus compañeros. Tras respirar, continuó Thalion.

  -Lo que dices es sin duda lo más sensato Geoffrey, pero lo último que nos ha revelado Altair nos hace pensar que la virgen del bien está en peligro. Mientras investigabas, Altair, descubrimos en el primer nivel una sala de los agurios, al este del templo de la tierra. Si éstos no nos predicen que es una trampa o que el mismo Iuz nos espera ahí abajo, entonces bajemos por el Trono. No creo que tuvieras un sueño sin más, Altair. Yo...tuve el mismo sueño. No con la misma claridad, pero eran las mismas imágenes y acababa de igual forma. Sería extraño que ambos tuvieramos el mismo sueño, pero aún más lo es porque en realidad los elfos no soñamos... Puede que la gracia de algún Dios nos acompañe en forma de augurios en sueños, o quizá no hemos sabido interpretarlo. Pero sea lo que sea, creo que hay milagro divino o hechizo arcano detrás de todo esto.

  Galamathan, la barda semielfa que les acompañaba, miró sorprendida hacia el elfo.

  -¿Que has tenido un sueño? Pero si los elfos meditáis. Si hasta los mestizos tenemos problemas para tener algo así.

  - La única respuesta posible es que el poder de un dios se halla abierto paso a través de las brumas para darte esa revelación -comentó Maia-. Y por la descripción del sueño de Altair, dos dioses aparecen en él: Iuz el infame y San Cuthbert, su enemigo.

  Todos se miraron entre sí. El nivel del conflicto había implicado ya la acción de tres dioses. El sueño era sin duda profético.

  Dánae, cuyas emociones pugnaban por salir, no tuvo más aguante, y dijo lo que pensaba desde hacía tiempo.

  - Os lo dije. Desde que entramos con el primo de Thalion y descubrimos el altar. ¡Hay que entrar por ahí! ¡Lo dije! Es la clave. ¿He dicho ya que lo dije?

  - Vale, pero necesitamos un plan -dijo Geoffrey sin cruzar con ella la mirada-. Llamad a Elmo y a los demás.

  Se dividieron en tres grupos. En el campamento base se quedarían Jaroo con los mercenarios y el nada conforme Jamie, escudero de Geoffrey. Un grupo liderado por Elmo se dedicaría a asaltar el templo inferior y generar distracciones en los otros niveles, para que así tuvieran más tiempo el grupo principal: con él iban Sirsirmón, su compañero Ferdigarld, la barda Galamathan, el padre Terjon y Spugnoir. Y por último, para salvar a la virgen de la primavera, irían Altair, Thalion, Geoffrey, Dánae, Groosuk y Maia.

  Al llegar ante el trono ambos grupos se separaron. Se despidieron con la sensación de que muchos de ellos no volverían a encontrarse, y tras todo lo que habían pasado en los últimos meses la despedida era triste y dura.

  Dánae se sentó en el trono. Aunque conocían ya la combinación correcta de baldosas para poder hacer que bajase, el Orbe de la Muerte Dorada le permitía controlar la magia que le hacía descender y ascender. Así, ella y sus compañeros descendieron hasta un lugar que llevaba una década sin ser pisado por mortal alguno.

  El trono llegó a un lugar horrible y desagradable, repulsivo y temible. La mampostería parec ía descascarillada y con manchurrones. Por todo el lugar se esparcían esculpidas formas fungosas con contornos y colores de pesadilla. Cada columna que se alzaba hasta el techo se retorcía y contraía con hongos intercalados. Los muros goteaban repugnantes exudaciones de légamos y babazas. Rojos extraños, amarillos desagradables, pútridos grises y horrendos azules se mezclaban en un vertiginoso remolino sobre el trono por el que acababan de descender, el cual se hallaba junto a otro gran sillón, esculpido para mostrar formas de hongos y humanos gritando de dolor mientras los hongos crecían dentro de su piel, alimentándose de sus cuerpos muertos y en descomposición, o creciendo desenfrenadamente de sus restos óseos.

  A sus pies descendía un estrado de cuatro niveles con una talla en bajorrelieve de la representación de hongos, tizne, légamos, mohos, gelatinas y otras cosas horribles creciendo al devorar una masa compacta de humanos vivos y muertos. La demonia debía haber usado esta zonaa para ver a cautivos y sirvientes, los primeros para dirigirse a cualquier destino inenarrable que les esperase, los segundos emocionados ante el hecho de que les esperase un panorama bien distinto, mientras sirviesen correctamente a Zuggtmoy. Las proyecciones se asemejan a vegetaciones podridas que cubren los muros, y cada una despide una tenue pero penetrante iluminación.

  Altair condujo a sus compañeros hacia una escalinata que descendía a su diestra nada más descender del trono. Algo en su interior le decía que no debían ir hacia el lado contrario, sin duda una advertencia  del propio San Cuthbert.

  Descendieron con cautela, encabezando la exploración Dánae escoltada por Geoffrey y Thalion. Su sorpresa no fue para nada somera cuando encontraron tres columnas altísimas, que entre los muros de mármol negro con vetas rojas del color de la sangre destacaban con un brillo mundano, que llevó a que la antigua saqueadora se emocionase como hacía tiempo que no hacía: "Dinero, éstas columnas están hechas de dinero. No monedas, amigos, sino que parecen compactas... una de electro, otra de oro y la tercera de platino. ¿Sabéis cuánto pueden valer?".

  Tras calmar su excitación, avanzaron, y a diez pasos tras las extrañas columnas, el hall se abrió a una amplitud que doblaba las impresionantes. Un enorme estrado de alabastro translúcido dominaba el extremo opuesto del lugar. Ante esta plataforma escalonada se descubría un dispositivo mágico a lo largo del suelo, un hexágono cuyos dos triángulos equiláteros que lo entrelazaban y el círculo que los rodeaba, parecían estar hechos de electro fundido. Las sobresalientes esquinas de los lados del hexágono del centro brillaban con diferentes colores: rojas, naranjas, amarillas, verdes, azules e índigos. El centro de este dispositivo latía con una luz púrpura pura.

  En lo alto del estrado, un trono de plata lo gobernaba, adornado con cientos de piedras preciosas, que formaban rostros lascivos de demonios, calaveras, hongos y dibujos similares, de todos los colores, tamaños y formas. Junto a su asiento un tapiz de un púrpura intenso, trabajado en rojo, verde, ocre y blanco, mostraba la ya repetitiva pero no por ello menos angustiosa variedad de hongos que acompañaba este nivel. Resultaba difícil discernir detalles del trono o del tapiz posterior, ya que el extremo oeste de la habitación estaba tenuemente iluminado y envuelto en una neblina negra.

 Conforme los aventureros se aproximaban evitando tocar el símbolo místico del suelo, atisbaron una pequeña mujer fea y gorda sentada en el trono, casi imperceptible en el enorme asiento. De repente, se encogió y chilló, gritando:

  -¡No os llevaréis mi tesoro!Podéis llevaros mi pilar de electro. ¡Marchaos!
  - Tranquila, mujer. Hemos venido a salvar a la virgen de la primavera -habló Thalion sin dar tiempo a que ninguno de sus compañeros hablase.

  Dánae miró al elfo con los ojos muy abiertos y sorprendidos. Respiró con intensidad. Detrás de ellos, Altair se movía inquieto, sin que nadie se fijase en la lucha que se estaba produciendo en su interior.

  - De acuerdo, ¡llevaos la de oro! ¡Pero marchaos, y dejadme en paz.
  - Por favor, cálmaese. No queremos llevarnos nada que sea suyo.

  La sorpresa de Dánae aumentaba. ¿No sabía el elfo el valor de los pilares? ¿No lo había avisado? Miró hacia atrás y no prestó atención alguna a los sudores que recorrían la frente del mago.

  - El favor os lo pido yo a vosotros. El de platino. ¡Os regalo el de platino! Pero dejadme en paz.
  - Señora -interrumpió esta vez Geoffrey-. Insistimos en que no queremos robarle nada.
  - ¿No queréis aceptar mi trato?
  - ¡Quieres callarte y escucharlos! -gruñó Groosuk a su espalda.
  - ¿Rechazáis mi oferta?
  - Sí, la rechazamos. No tiene que darnos nada, no estamos aquí para robarle -dijo Geoffrey algo intranquilo.

  En ese momento, un rayo salió del centro del símbolo del suelo, impactando a la anciana y vaporizándola con una fuerza que pareció ascender a través del suelo del templo hasta crear un fino agujero que había atravesado todo hasta llegar a los cielos. Todos se quedaron estupefactos mirándose los unos a los otros. El rostro del mago no mostraba signo alguno del esfuerzo que había estado haciendo, ni recordaba haber hecho nada, por lo que ni él ni sus compañeros le prestaron atención alguna.

  La incertidumbre ante lo desconocido y el miedo ante poderosas fuerzas primigenias dieron paso a la curiosidad. Necesitaban comprender, y por ello inspeccionaron el lugar. Debajo del templo no había nada extraño. Geoffrey y Dánae ascendieron seguidos de cerca de Thalion, mientras Groosuk se quedaba cerca del hechicero y la sacerdotisa por si éstos necesitaban protección.

  Llegaron ante la cortina de terciopelo. Recordando problemas del pasado, por si tomaba vida, decidieron no tocarla con sus manos. Dánae sacó su espada corta y descorrió con calma el velo, sólo para encontrarse detrás a la temida Zuggtmoy en todo su esplendor. Raíces enredadas en una maraña putrefacta donde debieran estar sus piernas, torso de mujer acompañado de varios tentáculos prensiles que parecían surgir de su espalda, y un rostro bello coronado con dos extraños cuernos que tapaban parcialmente una cabellera fungoide que se alzaba a tres metros de altura del punto más bajo de lo que otro ser tendría como pies.

  Las palabras salieron de la boca de Dánae en un estertor de miedo, con un banal "¡uy, coño!" que dio que pensar a quienes no estaban afrontando el horror que tenía ante ella que no era tal el peligro que se le cernía. "Dame el orbe de la muerte dorada", rugió con una voz más allá de esta realidad, pero Dánae intentó usar en ese momento los poderes de la calavera contra su creadora, quedando el futil intento en que su voluntad tuvo que luchar contra cierta compulsión a entregárselo. Dio un par de pasos hacia atrás, lo suficiente como para que Geoffrey se abriera paso para defenderla, y con una velocidad que parecía impropia de tan enorme criatura lanzó dos tentáculos que agarraron las extremidades del caballero, lanzándolo bajo sus raíces y aplastándolo, de forma que apenas quedó un hálito de vida en su interior. Thalion rugió entrando en combate, y otras dos raíces surgieron de detrás de la espalda de Zuggtmoy. Intentando defender a sus compañeros se dio cuenta de algo importante, pero antes de que pudiera siquiera abrir la boca Dánae y Geoffrey salieron corriendo dejando atrás al elfo delante de la demonia de la podredumbre, de forma que sólo una mirada de comprensión por parte del mago de que algo importante se iba a decir fue lo último que el mirmidón elfo compartió antes de que la vida se le escapase aplastado por la siniestra divinidad.

  Altair se dio cuenta de que la bola de cristal que había usado para explorar toda la zona era una trampa urdida por la propia Zuggtmoy. Todo el tiempo había sentido en su interior la llamada para venir a esta zona, y el objeto, que creía haber dejado en el campamento, estaba en su mano compeliéndole a convencer a su compañera de que le entregara el artefacto maldito a su creadora. Con un esfuerzo supremo, y tras la muerte de su compañero, arrojó con fuerza contra el suelo la bola, cuyos cristales se esparcieron con violencia.

  La diosa miró a todos, y lanzó un encantamiento que la volvió invisible ante los ojos de los presentes. Maia cogió a Altair y tiró de él hacia la salida por donde habían venido, mientras Groosuk corría a recuperar el cuerpo de su amigo caído.

  - Groosuk, te dejo aquí una poción de curación para que se la des a Thalion -dijo Geoffrey en mitad de la carrera, dejando el objeto en el suelo.

  Dánae y el caballero pasaron más allá de las columnas, y comenzaron a ascender por la escalera hacia la habitación por la que habían bajado. Altair retrocedió detrás de las columnas y lanzó un hechizo que le permitía ver a las criaturas invisibles. Y gracias a esto vio cómo Zuggtmoy se movía por las paredes hasta llegar al techo, haciendo que sus raíces se adhiriesen como siniestros tentáculos prensiles. Y se colocó esperando justo encima de la poción.

  - Groosuk, no cojas la poción. Zuggtmoy te está esperando ahí.

  Los ojos de la diosa se cruzaron con los del mago con una mirada de odio que hizo temblar al viejo marinero. Cayó al suelo y reculó brevemente, pero también se dio cuenta de que la demonia no avanzaba más allá de las columnas.

  - Por el lado sur, allí no te cogerá.

  Zuggtmoy lanzó un rayo místico, que habría hecho que cualquiera se diera la vuelta y corriese en el sentido contrario. Pero el entrenamiento como bersérker de Groosuk surtió efecto, y sus pasos no se vieron en absoluto mermados hasta llevar al cuerpo de Thalion junto a sus compañeros en la sala central, delante del trono. Descubrieron que aquél con el que habían descendido no estaba en la habitación.

  Delante del cuerpo de su amigo, cuya alma estaba ya de camino al reino de Corellon Laethian, se miraron los unos a los otros. Fue Altair quien rompió el silencio.

  -Justo antes de morir, nuestras miradas se cruzaron. Lo siento, parece ser que la bola de cristal en verdad daba cierto control sobre nosotros. Como Thalion me la entregó, Zuggtmoy consiguió abrirse camino a sus sueños, y ha intentado guiar mis pasos. No quería en ningún momento que tomásemos ese pasillo, por lo que supongo que la salida estará por ahí. Pero Thalion... él antes de morir había descubierto algo. Y no le dio tiempo a contárnoslo.

viernes, 29 de junio de 2012

Capítulo 12º El orbe de la muerte dorada

El inicio del camino se hizo en últimas horas antes del alba. Si algún agente del mal estaba aún presente en el pueblo se fijaría sin duda en una comitiva numerosa. Por tanto decidieron tener una avanzadilla, que la componían Altair, Dánae, Geoffrey, Thalion, Spugnoir, Maia y Elmo. A ellos acompañarían tres de los mercenarios, el escudero de Geoffrey y el Padre Terjon, quienes comenzarían a peinar la zona de acampada, cuidando de las monturas de la primera expedición mientras llegaba la segunda, dando tiempo para que los aventureros iniciasen su incursión.

Al salir de Hommlet una figura se acercó a su espalda corriendo. La barda Galamathan llegaba en una agotadora cabalgada para informar a sus compañeros de la cruzada. Agotada por el viaje no permitió que la dejasen atrás, había mucho en juego. Lo que no sabían sus compañeros es que la semielfa pretendía que acabasen pronto con el mal por otros fines, unas motivaciones ocultas que quizás jamás llegasen a descubrir.

El viaje transcurrió sin percance alguno. Ayudaron al montaje inicial del campamento y Elmo peinó la zona. Al llegar a la entrada de la cueva, unas huellas de poco más de un día delataban movimiento e inseguridad de su campamento. Confiando en los sentidos realzados de Dánae, siguieron por el ya trillado camino hasta llegar al segundo nivel subterráneo del templo, a las puertas del templo del agua. Sólo con cinco capas en sus haberes, decidieron avanzar Maia, Galamathan y Altair, escoltados por Geoffrey.

Al llegar a la sala principal encontraron que ésta había tenido algún tipo de actividad, puesto que la cortina que daba acceso a la sala de la piscina estaba quemada. Con las bendiciones pertinentes, entraron el mago y la semielfa, inmunes a su control mental. Los conjuros por ellos preparados para la ocasión no fueron suficientes, y todo parecía haberse hecho en vano. Maia entró corriendo en la sala y lanzó otra bendición sobre la criatura, pero ésta sometió la voluntad de la sacerdotisa. Lanzó un encantamiento sobre Galamathan y Altair, no siendo capaz de superar la férrea voluntad del mago pero sí la de la barda, a pesar de su resistencia racial. Geoffrey comenzó a tirar de ella, sólo para ver que era víctima de otro conjuro, pero el anillo que Dánae le había dejado brilló levemente y no surtió ningún efecto ni tuvo que hacer una lucha mental para sobreponerse a la plegaria a Trithereon. Angustiado, Altair cogió el cinto de la paralizada, lleno de viales de agua bendita, y lo dejó caer en la piscina, terminando así de destruir a la criatura y sacando a la semielfa de la habitación antes de que una nube de ácido estallase impregnando las paredes. Una vez pudieron entrar, vieron que la escritura del techo había desaparecido, aunque gracias a la memoria de Altair pudieron reconstruir el siguiente pasaje:

Sobre tres, bajo seis, descansan nueve - pero nunca nadie los verá.
Vil Bondad oculta por Justa Maldad por toda la eternidad.
¿Responderás, La que Responde? ¿Dónde está tu poder, rezar?
  Con el cachorro de Mitrik y de ahí hasta el fin de los días

Regresaron al campamento, compartiendo las nuevas con el Padre Terjon. Spugnoir aprovechó para hablar con Geoffrey sobre la hermana de Jamie, ya que el caballero le había cortejado antes, puesto que juntos compartían paseos por las noches, y el guerrero de Hieroneus le dio su bendición. No habiendo llegado aún el resto del grupo, inspeccionaron de nuevo la zona, encontrando pisadas frescas de bípedos reptilianos del tamaño de hombres. Inquietos, pero con una misión que cumplir, almorzaron y volvieron al acceso oculto del tercer nivel.

Spugnoir volvió invisibles a Dánae y a Thalion, quienes avanzaron con cautela. Horas a través de pasadizos serpenteantes les desorientaron, y sus compañeros les seguían a cierta distancia avanzando sólo cuando uno de ellos les susurraba que así lo hicieran.

Llegaron a una zona donde la roca pasaba a estar cubierta de mampostería, y aumentaron las precauciones. Al llegar a una sala amplia, un inmundo ser medio reptil medio gallo pareció ver a través del velo de la invisibilidad, y casi de la nada cruzó su mirada con Thalion, quien sintió cómo su sangre comenzaba a espesarse y su piel a endurecerse. Desvió la mirada en el último momento y retrocedió corriendo para avisar a sus compañeros sólo para ver un reguero de llamas correr por las paredes y encender unas teas que iluminaron perfectamente la habitación. Elmo desoyó el consejo del elfo y se lanzó para acabar con la criatura, seguido de Geoffrey. Altair lanzó un poderoso golpe de rayo, que además de al monstruo alcanzó a Dánae, quien absorvió toda la energía pasando a brillar, de modo que con la invisibilidad era una silueta que manaba luz.

Dánae fue la primera en darse cuenta de varias cosas. La primera, que en la sala había dos puertas. En segundo lugar, que detrás de una de ellas se había asomado una mujer. La tercera, que junto a la otra un extraño ciempiés había salido por un pequeño agujero, mirando todo con la atención que una de esas criaturas jamás tendría. Lo último, que el basilisco, pues eso era el monstruo contra el que estaban luchando, no era más que una ilusión, y así lo dijo a sus compañeros. Pero estos no conseguían llegar a creerlo, y tanto Thalion como Geoffrey quedaron petrificados por su mirada, de modo que todos los que eran víctimas de la ilusión los veían como estatuas de piedra, y los que no simplemente los veían paralizados.

El combate se recrudecía, y Dánae se dio cuenta de que el ciempiés había desaparecido. Oyó cómo alguien pronunciaba un conjuro detrás de la misma, y se acercó corriendo a abrirla, pero no pudo. Comprendiendo que había sido cerrada con llave, intentó forzar la cerradura, sin éxito por su parte. A su espalda, el caos se estaba formando entre quienes no habían superado la ilusión y quienes estaban explorando la habitación de enfrente, donde no encontraron a nadie. Thalion sospechaba de alguien invisible, correctamente, pero una figura femenina se materializó a la espalda de Maia asestándole una hábil puñalada junto a los pulmones, a la que sobrevivió gracias al anillo protector que había conseguido. La figura salió corriendo, perseguida por Geoffrey, Elmo y Altair, sólo para ver cómo se volvía invisible en el camino de huida.
La figura que huyó era Smigmal Manorroja
Asesina orca

Thalion estaba preocupado por el campamento del exterior. Pero un lanzador de conjuros se ocultaba tras la puerta que no habían conseguido aún abrir. Dánae entró a través del hueco del ciempiés, convertida en una sombra, para encontrar una habitación típica de un lanzador de conjuros con varios estantes llenos de criaturas embalsamadas, un mapa con inscripciones en los lados, una cama enorme y, justo en la esquina opuesta, de nuevo al ciempiés, que volvió a escurrirse por un agujero. Se giró hacia la puerta sólo para darse cuenta de que delante de la misma había una especie de barrera de aire sólido, que impedía que su mano llegara al otro lado. Volvió a salir sólo para que el extraño conjuro terminase, de modo que definitivamente podían entrar.

Registraron la habitación, y la que antiguamente era una asaltadora de tumbas se puso a intentar descifrar las extrañas runas que bordeaban al mapa que había en la pared. Una llamarada quemó el mapa y salpicó a todos los que estaban en la habitación, pareciendo que las letras que Dánae leía estallaban. Al menos, sirvió para ubicar la zona en la que estaban respecto a lo poco que conocían del tercer nivel.

Thalion encontró un pasadizo por donde había desaparecido el ciempiés. Comenzaron a seguirlo sólo para que Dánae escuchase otro lanzamiento de conjuros. Preparados para lo peor, llegaron a una habitación con varios objetos de distinto tipo, entre los que se encontraban una caja metálica cerrada sobre una mesa, y varios pergaminos y libros desperdigados. Altair aprovechó para percibir magia, encontrándose con que redomas, libros, pergaminos y múltiples objetos rezumaban de esencia mágica. Dánae forzó la cerradura de la caja metálica, y cuando metió la mano en el interior inspeccionando otras posibles trampas, su mano rozó un objeto, que no se pudo resistir a coger directamente, una pequeña calavera de oro con varios agujeros a lo largo de lo que sería una diadema en su frente, y conforme lo tomaba en su mano automáticamente le hablaba diciéndole quién era, qué poderes tenía y qué hacer para que funcionase el descenso con el trono de la planta superior del templo. Se trata del Orbe de la muerte dorada, una reliquia del mal, que Maia y Geoffrey se niegaban a tocar.

En ese momento, recordaron la profecía, pues sin duda en ella está la clave para la destrucción de este objeto del mal:

Los Dos unidos, en el pasado,
un Lugar por construir y conjuros por
lanzar. Su poder creció, y conquistó la tierra
y a las gentes a su alrededor, tal como
habían planeado.
Una llave sin cerradura ellos hicieron de
oro y gemas, y la cubrieron de conjuros:
un instrumento para ser empuñado por
hombres, para forzar a los poderes del Bien
a someterse.
Sin embargo, llegaron ejércitos, sus armas
desnudas, mientras el mal aún no estaba
preparado.
El Ciervo fue seguido por las Coronas y la
Luna, y gentes de las ciudades.
Los Dos fueron divididos; uno escapó pero
Ella, cuando llegó el día del juicio, rompió
la llave y guardó las piezas en cuatro cajas,
con mágicas cerraduras.
Al hacerlo, Ella quedó atrás mientras Él
escapaba. Fue encerrada entre los suyos;
su guarida se convirtió en su prisión y
desesperación.
El Lugar fue derruido, destrozado y
olvidado, encadenando el corazón del
poder del mal – pero la llave nunca fue
encontrada entre los escombros.
Él no sabe donde mora Ella en nuestros
días. Ella prepara el camino de sus esbirros,
el modo de levantar de nuevo Su Templo
con herramientas de carne, con hombres
mortales.
Muchos se han ido ya para morir en agua,
llama, en tierra o cielo.
Ellos no dieron con la llave de los ancianos
que debe ser encontrada – el orbe de oro.
Ten cuidado, amigo mío, porque tú
fracasarás, a no ser que tengas los medios
para buscar y encontrar las cuatro cajas, y
entonces escapar para siempre jamás.
Pero con la llave, podrías conseguir echar
abajo Su poder y codicia.
Destruye la llave y, cuando lo hayas hecho,
regocíjate, habrás ganado la batalla.


  Dánae asumió la responsabilidad de convertirse en la portadora del infame objeto. Éste le transmitió sus poderes, grabando como un hierro al rojo sus capacidades en la mente de la psiónica:
  - Intimidar a los sirvientes del mal más caótico.
  - Obediencia de estos sirvientes.
  - Envenenar con su contacto a quien desee.
  - Discernir la moralidad de quien quiera.
  - Averiguar si lo que dice alguien es mentira.
  - Control sobre el trono de la planta baja del templo, para bajar o ascender con él de las profundidades.

  Sus compañeros registraron el laboratorio del malvado mago, y encontraron multitud de objetos, entre los que destacó una bola de cristal. Thalion se la entregó a su compañero Altair: "Con un objeto como éste, el mago de mi tropa averiguaba dónde atacar al enemigo".

  Cogieron todo lo que pudieron con prisa, por si volvían los dueños de la zona con refuerzos.

  Al volver al campamento, les informaron de que habían escuchado un aleteo extraño. Sobre las copas de los árboles, con el eco de la colina cercana, alguna criatura grande había estado planeando. ¿Habría visto a los integrantes de la avanzadilla?

  Comenzaron a inspeccionar las cosas que habían traído. Una extraña caja resultó ser un altar plegable, en cuyo interior escondía la figura grotesca de una elfa de piel oscura con cuerpo de araña. Thalion miró aterrado, y ante su negativa de reconocer de qué se trataba la sabiduría del mago aclaró el tema: se trataba de Lolth, una diosa de los desaparecidos Drow, los elfos oscuros que murieron sepultados hace varios siglos. Al parecer, varios humanos malvados seguían adorándola, así como elfos de corazón corrupto.

lunes, 23 de abril de 2012

Capítulo 11º De asuntos pendientes, cruzadas y preparaciones para un gran final

Sirsirmón "el seguro.
  Con Groosuk gravemente herido, Geoffrey con los restos de Cortafrío sabiendo que el tiempo jugaba en su contra para poder rescatar el alma de su espada y Elmo deseando ir a Hommlet para preparar en el día de la Vieja Fé un digno funeral a su hermano, los héroes decidieron dividirse yendo unos cuantos a la aldea y quedándose los demás para hacer varias incursiones relámpago. Previniendo que no fuesen como una fuerza excesivamente debilitada, Elmo propuso a los aventureros que le habían acompañado a proteger a los caballos que si alguno se proponía como voluntario para ir con los que se quedaban, y el pequeño gnomo pertrechado con una armadura de mallas que respondía al nombre de Sirsirmón "el seguro" se unió a los expedicionarios.

  La ruta hacia Hommlet fue dura por la tristeza. Más parecían una comitiva fúnebre, pese a que el único cuerpo que portaban estaba vivo.

  Los incursores se dirigieron a la casa del pantano, accediendo a la torre desde la entrada secreta. Su camino se detuvo cuando el elfo Thalion, en cabeza de la expedición, se paró al notar algo extraño. Dánae se adelantó y agudizó sus sentidos con sus extraños poderes, viendo que las lianas que ocultan la entrada a la gruta misteriosa conservaban parte del movimiento de que alguien las hubiera tocado. Su oído le trajo los pasos chapoteantes del riachuelo interior, algo corría alejándose. Ascendieron a toda prisa sólo para encontrar la caverna desierta. Al peinar la zona encontraron dos huellas recientes: en los sedimentos debajo de las lianas y en la pasadizo de acceso al tercer nivel del templo, el cual aún no habían explorado. El gnomo pegó su oído a la puerta secreta y oyó en la lejanía pasos, por lo que el grupo temió que dieran la alarma. Sin atreverse a seguirlos, decidieron pasar la noche en la torre de vigía, bajo los nidos de los cuervos gigantes.

  La primera guardia se vio turbada por un enjambre de ratas, que intentó entrar por debajo de la puerta. La espada llameante de Thalion los puso en fuga, no sin antes acabar con varios. Pero en la tercera guardia, el grito de alarma de Maia heló la sangre de todos cuando al levantar la vista la vieron enfrentarse con una criatura de oscuridad y ojos rojos, como la que habían derrotado en el antiguo templo del aire. Lanzaron sus ataques con prestreza, sólo para ver a la sacerdotisa de Trithereon caer malherida. Su amor, Altair, la salvó en el último momento. ¿Qué hacer entonces? ¿Volver? No, no podía ser así. Maia no lo permitió. Quedándose en la retaguardia, básicamente sólo con bendiciones de curación y alguna protección, acompañó a los héroes por la mañana de nuevo al templo.

  Bajaron hasta el templo. Se dirigieron hacia donde había caído Otis, y encontraron la habitación limpia de cadáveres, pero con restos de una masa casi transparente que al tacto devoraba la carne. Ahora llegaba el momento de hacer para lo que se habían quedado, destruir al tritónido extraño del impío lugar.

  Entraron Altair y Dánae, sujetos con una cuerda y protegidos por las bendiciones de Sirsirmón y Maia. El mago, además, lanzó un encantamiento que permitía que su mente se zafase de trucos de invisibilidad, por lo que vio que la masa de agua no era en verdad del color que sus compañeros percibían, sino de un tono plateado, y que oculta en su superficie un extraño rostro se reía de ellos. Antes de avanzar más, un rayo surgió de entre los dedos del mago, impactando sobre la criatura de agua, salpicando su ácido, pero sin hacerle daño alguno. Dánae probó con su anillo, que despidió chispas, pero tampoco consiguió nada. Fue entonces cuando probó a usar el poder de congelar las cosas, y vio así Altair que la criatura se ralentizaba poco a poco con el frío hasta llegar a paralizarse. Y en ese momento, se dio cuenta que tras el domo de coral verdoso que había sobre la criatura podía entrever gracias a su magia ciertas letras ocultas. Dánae usó otra vez el poder de su mente, esta vez para mover uno de los martillos del gnomo hacia el coral, golpeándolo hasta dejar a vislumbrar el texto, "Vil Bondad oculta", antes de quedarse sin energía y recuperar el arma. ¡Había más, pero sus capacidades estaban mermadas!

Altair luchando contra el control mental
  Descansaron una jornada más, con las fuerzas mágicas retomadas.Volvieron, protegidos con las bendiciones protectoras de Trithereon y del extraño dios gnomo.

   Dánae rompió el escrito oculto tras el muro, mientras Sirsirmón usaba sus plegarias para descubrir que todos los milagros relacionados con el agua afectaban a la malvada criatura. El mago, atado con una cuerda, entró a leer lo que Dánae había desvelado, pero fue controlado por el ser. Cuando su pie tocó el ácido, fue arrastrado de vuelta por sus compañeros quienes así consiguieron salvarle de una muerte cierta. Lamentablemente no pudo leer nada.

  Siguieron avanzando por el sector nordeste, y encontraron las dependencias del templo del aire. Allí, todas las criaturas habían sido masacradas y el sacerdote Kelno, único superviviente, se había vuelto loco y sobrevivía de devorar los cuerpos de sus antiguos seguidores. Custodiando un acceso al tercer nivel, fue hecho prisionero e intentó comprar la lealtad de los héroes para que mataran al Canonés Belsornig, del templo del agua. Al parecer, éste lo había utilizado como le había venido en gana, haciendo que sus soldados fueran la punta de lanza contra el ataque al templo de la tierra, y atemorizándolo con que había contratado a sus osgos para que lo traicionasen. Eso condujo a que el propio Kelno mandase que la mitad de sus tropas, las menos leales, fueran destrozadas por la otra mitad, y que los que quedasen fuesen ajusticiados por el guardaespaldas de honor de Kelno, sólo para que el sacerdote acabara con su vida temiendo también por esta traición.

  Lo prepararon como prisionero, y Maia lo dejó inconsciente para poder interrogarlo con más detalle. Decidieron hacer una última incursión antes de volver, en la que arrasaron con un grupo de bandidos de los templos inferiores, apostados en el segundo nivel. Fueron masacrados todos menos tres, ajusticiando Maia a un semiorco que parecía dispuesto a colaborar y que había asesinado al líder de esta expedición. Uno estaba a punto de escapar cuando Dánae lo cazó en la habitación donde una gigantesca estatua de minotauro de casi tres metros cobró vida a su espalda y casi la partió por la mitad. Thalion y Altair le ayudaron, acabando con la vida de esta infame criatura del mal. Cuando intentaron sacar alguna confesión, parece que los únicos que sabían algo de los templos inferiores eran el líder y el semiorco, por lo que quedaron ciegos de respuestas.

  Volviendo hacia Hommlet con los prisioneros, vieron que hacia el templo se dirigía una caravana de comerciantes. Se escondieron antes de que les vieran y de este modo averiguaron que eran agentes del templo que venían de Verbobonc, a informar de que en esta ciudad se estaba preparando una cruzada. La magia de Altair permitió hacer prisioneros, mientras que las flechas de Dánae y las piedras de honda de Sirsirmón acabaron con el jinete que iba a fugarse para informar. Thalion acabó el cuadro con quienes intentaban huir de forma apresurada.

  Llegaron a la aldea, habiendo perdido sólo a dos prisioneros, a quienes no vieron marca de herida ninguna. Allí se encontraron con Rufus, que los escoltó a la torre, intentando que fueran vistos lo menos posible.

  Y comenzaron los interrogatorios.

 Al parecer, el único con información relevante era Kelno. Sabía que en el cuarto nivel del Templo se estaba preparando un ejército con gigantes, ettins y demonios, presto para arrasar la zona cercana. Conocía un camino para llegar, y en su locura lo confesó todo.  Los comerciantes iban a traer la noticia de que un ejército de cruzados se estaba preparando en Verbobonc, por lo que urgía que las tropas del mal iniciaran un asalto a las cercanías. Esto fue confirmado por Geoffrey dos días después.

  El viaje a Verbobonc de Geoffrey fue provechoso, pero trajo malas noticias a sus compañeros. Cortafrío podría ser salvada, pero tras entregar otras diez mil piezas de oro, y ya habiendo él dado su anillo de protección y Elmo, en honor a la misión de su hermano, el hacha mágica de Otis. Y el problema es que en menos de dos semanas llegaría a Hommlet una cruzada de Trithereon para asaltar el templo, encabezada por el propio Vizconde, y tres semanas después la de San Cuthbert, ésta liderada por el Obispo de Veluna. Sin duda, las fuerzas malignas aprovecharían para huir en ese momento, por lo que tocaría modificar la estrategia a seguir.

  Los mercenarios al servicio de los aventureros podrían levantar un campamento en las cercanías del templo, donde se lo dijeran, y quedarse allí con las monturas y con Jamie. A su grupo se uniría para esta expedición el Padre Terjon, Jaroo, Elmo, Spugnoir, Solamon y Maia. Los extraños poderes de Dánae parecían funcionar ya en Groosuk, por lo que su fuerte brazo también sería parte de la expedición. ¿Qué rutas tomar?